Fragmento de libro La nausea de Jean Paul Sartre:
El Autodidacto me mira con aire protector y
lejano. Murmura, como si midiera sus palabras:
—Hay que amarlos, hay que amarlos...
—¿Amar a quiénes? ¿A los que están aquí?
—A éstos también. A todos.
Se vuelve hacia la pareja de radiante juventud; eso es lo que hay que amar. Contempla un momento al señor de pelo blanco. Después me mira de nuevo; leo en su rostro una muda interrogación. Digo que no con la cabeza. Parece compadecerme.
—Usted tampoco —le digo irritado—, usted tampoco los ama.
—¿De veras, señor? ¿Me permite que opine de otro modo?
Se ha puesto de nuevo respetuoso hasta la punta de las uñas, pero adopta una mirada irónica como quien se divierte enormemente. Me odia. Sería un gran error enternecerme con este maniático. Lo interrogo a mi vez:
—¿Entonces usted ama a esos dos jóvenes que tiene detrás?
Los mira de nuevo, reflexiona:
—Usted quiere hacerme decir —replica suspicaz— que los amo sin conocerlos. Bueno, señor, lo confieso, no los conozco... Siempre que el amor no sea, justamente, el verdadero conocimiento —agrega, con una risa fatua.
—¿Pero qué es lo que ama?
—Veo que son jóvenes y la que amo en ellos es la juventud. Entre otras cosas, señor. Sé interrumpe y presta atención:
—¿Oye usted lo que dicen?
¡Si oigo! El joven, alentado por la simpatía que lo rodea, cuenta, a voz en cuello, un partido de fútbol que su equipo ganó el año pasado contra un club del Havre.
—Le está contando una historia —digo al Autodidacta.
—¡Ah! No entiendo bien. Pero oigo las voces, la voz suave, la voz grave; alternan.
Es... es tan simpático.
—Sólo que yo oigo también lo que dice, desgraciadamente.
—¿Y qué?
—Que representan una comedia.
—¿De veras? ¿La comedia de la juventud, quizá? —pregunta con ironía —. Me permitirá usted, señor, que la considere muy provechosa.
¿Acaso basta representarla para retornar a la edad de ellos?
Permanezco sordo a su ironía; prosigo:
—Usted les da la espalda, lo que dicen se le escapa... ¿De qué colores el pelo de la muchacha?
Se turba:
—Bueno, yo... —Desliza una mirada hacia los jóvenes y recobra su seguridad— ¡negro!
—¡Ya ve!
—¿Cómo?
—Ya ve que no los ama. Tal vez no pudiera reconocerlos en la calle. Para usted sólo son símbolos. No lo enternecen nada; a usted le enternece la Juventud del Hombre, el Amor del Hombre y la Mujer, la Voz Humana.
—Bueno, ¿y eso no existe?
—¡Claro que no, eso no existe! Ni la Juventud, ni la Edad Madura, ni la Vejez, ni la Muerte...
El rostro del Autodidacto, amarillo y duro como un membrillo, se ha cuajado en una convulsión reprobadora. Sin embargo, prosigo:
—Es como ese viejo señor que está detrás de usted, bebiendo aguade Vichy. Supongo que usted ama en él al Hombre Maduro, al Hombre Maduro que se encamina con valor hacia su declinación y que cuida su apariencia porque no quiere abandonarse.
—Exactamente —me dice, desafiándome.
—¿Y no ve que es un cochino?
Ríe, me considera un aturdido, echa una breve ojeada al hermoso rostro con su marco de cabello blanco:
—Pero señor, admitiendo que parezca lo que usted dice, ¿cómo puede juzgar a ese hombre por su cara? Un rostro, señor, no dice nada cuando está en reposo.
¡Ciegos humanistas! Ese rostro dice tanto, es tan claro; pero sus almas tiernas y abstractas jamás se han dejado conmover por el sentido de un rostro.
—¿Cómo puede usted —dice el Autodidacto—detener a un hombre, decir que es esto o aquello? ¿Quién puede agotar a un hombre? ¿Quién puede conocer los recursos de un hombre?
Agotar a un hombre! Saludo de paso al humanismo católico a quien, sin saberlo, el Autodidacto ha pedido en préstamo esta fórmula.
—Sé —le digo—, sé que todos los hombres son admirables. Usted es admirable. Yo soy admirable. En tanto que criaturas de Dios, naturalmente.
Me mira sin comprender; luego dice con una tenue sonrisa:
—No cabe duda de que usted bromea, señor; lo cierto es que todos los hombres tienen derecho a nuestra admiración. Es difícil, señor, muy difícil ser un hombre.
Sin darse cuenta ha abandonado el amor a los hombres en Cristo; menea la cabeza y por un curioso fenómeno de mimetismo, se asemeja al pobre Guéhenno.
—Discúlpeme —le digo—, pero entonces no estoy muy seguro de ser un hombre: nunca lo consideré muy difícil. Me parecía que bastaba con dejarse estar…
—Hay que amarlos, hay que amarlos...
—¿Amar a quiénes? ¿A los que están aquí?
—A éstos también. A todos.
Se vuelve hacia la pareja de radiante juventud; eso es lo que hay que amar. Contempla un momento al señor de pelo blanco. Después me mira de nuevo; leo en su rostro una muda interrogación. Digo que no con la cabeza. Parece compadecerme.
—Usted tampoco —le digo irritado—, usted tampoco los ama.
—¿De veras, señor? ¿Me permite que opine de otro modo?
Se ha puesto de nuevo respetuoso hasta la punta de las uñas, pero adopta una mirada irónica como quien se divierte enormemente. Me odia. Sería un gran error enternecerme con este maniático. Lo interrogo a mi vez:
—¿Entonces usted ama a esos dos jóvenes que tiene detrás?
Los mira de nuevo, reflexiona:
—Usted quiere hacerme decir —replica suspicaz— que los amo sin conocerlos. Bueno, señor, lo confieso, no los conozco... Siempre que el amor no sea, justamente, el verdadero conocimiento —agrega, con una risa fatua.
—¿Pero qué es lo que ama?
—Veo que son jóvenes y la que amo en ellos es la juventud. Entre otras cosas, señor. Sé interrumpe y presta atención:
—¿Oye usted lo que dicen?
¡Si oigo! El joven, alentado por la simpatía que lo rodea, cuenta, a voz en cuello, un partido de fútbol que su equipo ganó el año pasado contra un club del Havre.
—Le está contando una historia —digo al Autodidacta.
—¡Ah! No entiendo bien. Pero oigo las voces, la voz suave, la voz grave; alternan.
Es... es tan simpático.
—Sólo que yo oigo también lo que dice, desgraciadamente.
—¿Y qué?
—Que representan una comedia.
—¿De veras? ¿La comedia de la juventud, quizá? —pregunta con ironía —. Me permitirá usted, señor, que la considere muy provechosa.
¿Acaso basta representarla para retornar a la edad de ellos?
Permanezco sordo a su ironía; prosigo:
—Usted les da la espalda, lo que dicen se le escapa... ¿De qué colores el pelo de la muchacha?
Se turba:
—Bueno, yo... —Desliza una mirada hacia los jóvenes y recobra su seguridad— ¡negro!
—¡Ya ve!
—¿Cómo?
—Ya ve que no los ama. Tal vez no pudiera reconocerlos en la calle. Para usted sólo son símbolos. No lo enternecen nada; a usted le enternece la Juventud del Hombre, el Amor del Hombre y la Mujer, la Voz Humana.
—Bueno, ¿y eso no existe?
—¡Claro que no, eso no existe! Ni la Juventud, ni la Edad Madura, ni la Vejez, ni la Muerte...
El rostro del Autodidacto, amarillo y duro como un membrillo, se ha cuajado en una convulsión reprobadora. Sin embargo, prosigo:
—Es como ese viejo señor que está detrás de usted, bebiendo aguade Vichy. Supongo que usted ama en él al Hombre Maduro, al Hombre Maduro que se encamina con valor hacia su declinación y que cuida su apariencia porque no quiere abandonarse.
—Exactamente —me dice, desafiándome.
—¿Y no ve que es un cochino?
Ríe, me considera un aturdido, echa una breve ojeada al hermoso rostro con su marco de cabello blanco:
—Pero señor, admitiendo que parezca lo que usted dice, ¿cómo puede juzgar a ese hombre por su cara? Un rostro, señor, no dice nada cuando está en reposo.
¡Ciegos humanistas! Ese rostro dice tanto, es tan claro; pero sus almas tiernas y abstractas jamás se han dejado conmover por el sentido de un rostro.
—¿Cómo puede usted —dice el Autodidacto—detener a un hombre, decir que es esto o aquello? ¿Quién puede agotar a un hombre? ¿Quién puede conocer los recursos de un hombre?
Agotar a un hombre! Saludo de paso al humanismo católico a quien, sin saberlo, el Autodidacto ha pedido en préstamo esta fórmula.
—Sé —le digo—, sé que todos los hombres son admirables. Usted es admirable. Yo soy admirable. En tanto que criaturas de Dios, naturalmente.
Me mira sin comprender; luego dice con una tenue sonrisa:
—No cabe duda de que usted bromea, señor; lo cierto es que todos los hombres tienen derecho a nuestra admiración. Es difícil, señor, muy difícil ser un hombre.
Sin darse cuenta ha abandonado el amor a los hombres en Cristo; menea la cabeza y por un curioso fenómeno de mimetismo, se asemeja al pobre Guéhenno.
—Discúlpeme —le digo—, pero entonces no estoy muy seguro de ser un hombre: nunca lo consideré muy difícil. Me parecía que bastaba con dejarse estar…
Bueno basta de citar un poco a Jean Paul Sarte, esta entrada se la dedico a mi hermana que se destruyo sola su corazoncito después de una larga relación de noviazgo con un tipo que yo siempre odie por mustio cochino.
Para esto cite un poco de un fragmento largo y muy interesante que me agrado mucho del libro “La Nausea” de Jean Paul Sartre, si quieren entenderlo bien le pido que pulse el link, así estaremos en la misma sintonía.
No ya lejos de juego, realmente las parejas se desgastan tanto tiempo para decir que se atraen, le dan toques místicos y de duración eterna a algo esporádico, donde predomina la infidelidad del hombre o de la mujer.
Digo hay que ver las situaciones como son crudamente, el humano al parecer lejos de los que nos decían no tiene bondad y maldad equitativa, yo creo que hay mas maldad en la mayoría, entonces creer que otra persona te va hacer fiel, te va dar lo mismo y no te lastimara es una tontería.
A la mejor no se verá el canibalismo (en algunas parejas locas si jajaj), pero de que te van a fregar lo harán, por que no todas las personas tienen los mismo valores; por eso hay una frase que dice que te busques a un pareja con tus mismos valores, no a una con tus mismo gustos, yo la creía muy cierta.
Solo que ya no, las personas siempre se cansan, se acaba el amor, la pasión, cambian de parecer… En el caso de los hombres la mayoría solo piensa en sexo, las mujeres también pero la sociedad es mustia, puritana, hipócrita, le gusta mentirse crearse castillos de arena hechos de amor que no existen porque ellos solo lo fingen, solo son símbolos que tratan de seguir como dice el libro y no sienten en realidad.
Lo mejor aunque suene un tanto promiscuo es disfrutar tu libertad, amarse a sí mismo, claro no hay que confundir libertad con libertinaje, sinceramente todos quisiéramos que fuera libertinaje pero no se puede con tantas enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados.
Lo que enoja aquí es la falta de honestidad, el hacerte perder el tiempo, la hipocresía de crear el puto castillo para nada… Por eso digan las cosas como son, la sociedad estaría mejor si fueran honestos, no juren y perjuren amor eterno en matrimonios de un año o en noviazgos llenos de infidelidades que disimulaste, para después de largo tiempo sacar las garras y romper el corazón de una chica inocente. No destruyan a su descendencia traumándola de por vida solo porque no le supieron decir a la mujer que ya sea acabo y la traten mal o un día simplemente saquen a su esposa, a sus hijos de su casa y metan a su amante con sus bastardillas descaradamente, si desean ser libertinos y putos porque su falta de inteligencia no sabe apreciar a una buena pareja.
Aparte que si es cierto es una comedia, entonces no le vendan a la gente la tontería de que es eterna, ni palabrería barata…
Pero no es tan fácil, pues ya es el mismo hombre cursi, infiel y maldito quien alimenta la comedia (igual mujer). Vallan a lo que van sexo, se acabo para que tanto dolor, ¿para qué? …Y luego traen hijos a sufrir aun mundo de alimañas, de padres irresponsables e indiferentes, ¿qué pasa?, ¿ que le pasa al mundo?.
Nosotros estamos nutriendo la existencia con drama y siendo realista creo que mi opción también es mala, porque no todo el sexo esporádico es bueno como te hacen creer, hay que conocer bien a una pareja para que el sepa que te gusta y que no. El 90% de los hombres como se ven en la película de Don John (el porcentaje yo lo añadí jajja), se creen las tonterías del porno, son malos en la cama, muy promiscuos y no saben tratar a una mujer en ese aspecto.
Un extraño no va saber que te gusta, porque apenas te conoce y tu igual no sabes que manías tenga, si es un sádico violador, por eso tampoco te puedes ir con cualquiera como lo hacían las chicas de la serie “Sex and the City”.
Entonces lo mejor es salir con una persona y acordar no clavarse con un contrato escrito o de palabra de una semana o dos años y remplazarlo si todavía quieren estar juntas, si no lo desean, entonces todo se acaba sin lagrimas, ni drama, ni tontería. Cada quien lo suyo, se acabo.
Esa es una buena utopía, lástima que la mayoría de las mujeres nos enamoramos muy fácil, en serio no sé por qué o en este caso las enamoradizas obsesivas como yo, les sugiero no jugar con fuego, y se una chica que besa muchas bocas, claro de hombres que te gusten y no te metas con ninguno. Al final es mejor que invertir tanto tiempo dándole amor a una pareja, para que te de su lamentable poco cacho.
Hay más vida que eso y mejores carnes jajaj. Sin más que agregar que intrascendencias, me despido, cuídense, ciao.
Posdata: Luego les traigo una entrada de cómo superar un rompimiento según mi opinión personal y de otras personas astutas.
Imágenes tomadas de la red.
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