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domingo, 30 de octubre de 2016

La Ciudad Bendita, Khalil Gibran.




Era yo muy joven, cuando me dijeron que en cierta ciudad todos sus habitantes vivían con apego a las escrituras.

Y me dije: “Buscare esa ciudad y la santidad que en ella se encuentra”. Y aquella ciudad quedaba muy lejos de mi patria. Reuní gran cantidad de provisiones para el viaje, y emprendí el camino. Tras cuarenta días de andar divise a lo lejos la ciudad, y al día siguiente entre en ella.

Pero ¡oh, sorpresa!, vi que todos los habitantes de esa ciudad solo tenían un ojo y una mano. Me asombro mucho aquello, y me dije:” ¿Por qué tendrán los habitantes de esa Ciudad Santa solo un ojo, y solo una mano?”.

Luego, vi que también ellos se asombraban, pues les maravillaba que yo tuviera dos manos y dos ojos. Y como hablaban entre si y comentaban mi aspecto, les pregunte:

- ¿Es esta la Ciudad Bendita, en las que todos viven con apego a las Escrituras?

- Si, esta es la Ciudad Bendita---- me contestaron.

Y añadí:

- ¿Qué desgracia os ha ocurrido, y que sucedió a vuestros ojos derechos y a vuestras manos derechas? 


Toda la gente parecía conmovida. -Ven; y observa por ti mismo--- me dijeron. 

Me llevaron al templo que estaba en el corazón de la ciudad. Y en el templo vi una gran cantidad de manos y ojos, todos secos. 

- ¡Dios mío! ---pregunte---, ¿Qué inhumano conquistador ha cometido esta crueldad con vosotros?

Y hubo un murmullo entre los habitantes. Uno de los más ancianos dio un paso al frente, y me dijo:

- Esto lo hicimos nosotros mismos: Dios nos ha convertido en conquistadores del mal que había en nosotros mismos.

Y me condujo hasta un altar enorme, todos nos siguieron. Y aquel anciano me mostro una inscripción grabada encima del altar. Leí:

“Si tu ojo derecho peca, arráncalo y apártalo de ti; porque es preferible que uno de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha peca, córtatela y apártala de ti, porque es preferible que uno de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.”

Entonces comprendí, y me volví hacia el pueblo congregado y grité: “¿No hay entre vosotros ningún hombre, ninguna mujer con dos ojos y dos manos?”.

Me contestaron: “No; nadie; solo quienes son aún demasiados jóvenes para leer las Escrituras y comprender su mandamiento”.

Y al salir del templo inmediatamente, abandone aquella Ciudad Bendita, pues no era yo demasiado joven, y si sabía leer las Escrituras.

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