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lunes, 27 de enero de 2025

El libro de Mono y Esencia de Aldous Huxley, que describe como los lideres políticos y los que gobiernan el mundo están poseídos por el demonio.

 




- ¿Dónde estoy? -pregunta.

-En el Impia Impiorum-contesta el Archimandrita-. Y ahí está su eminencia.

El doctor Poole reconoce al gran hombre y tiene la suficiente presencia de espíritu para inclinar la cabeza respetuosamente.

- Traigan un taburete-ordena el Archivicario.

Traen el taburete. El Archivicario hace seña de acercarse al doctor Poole, y este consigue ponerse en pie, cruza valientemente la sala y se sienta. Al hacerlo, un alarido especialmente largo le hace volver la cabeza.

(Toma a larga distancia, desde su punto de vista, del Altar Mayor. El Patriarca se dispone a arrojar a otro pequeño monstruo a las tinieblas, mientras sus acólitos hacen caer una lluvia de golpes sobre la madre, que chilla).

(Corte y vuelta al doctor Poole, que se estremece y cubre su rostro con las manos. Durante esta toma se oye el monótono canto de la congregación: “¡Sangre, sangre, sangre!”).

- ¡Horrible! - dice el doctor Poole-. ¡Es horrible!

- Sin embargo, también hay sangre en tu religión-observa el Archivicario, sonriendo irónicamente-. “Purificados en la sangre del cordero”. ¿No es así?

- Así es-admite el doctor Poole-. Pero no hacemos realmente la purificación. Solo hablamos de ella… o, más a menudo, solo la cantamos en himnos.

El doctor Poole aparta la vista. Hay un silencio. En este momento el Postulante se acerca con una gran fuente y, junto con un par de botellas, la coloca en una mesa, junto al lecho. Atravesando una de las patas de cerdo con una autentica falsificación novecentista de un tenedor del periodo georgino, el Archivicario se pone a roer.

-Sírvete -le ordena entre dos bocados-. Y ahí tienes vino-añade señalando una de las botellas.

El doctor Poole, que está muy hambriento, obedece con presteza, y hay otro silencio, lleno del ruido del comedor y la salmodia de la sangre.

- Tu no lo crees, por supuesto-dice el Archivicario al fin, con la boca llena.

- Le aseguro…-protesta el doctor Poole.

Su celo por afirmar su falsa creencia es excesivo, y el otro levanta una gorda y grasienta mano.

- ¡Vaya, vaya!... Pero quiero que sepas que tenemos buenas razones para nuestras creencias. Nuestra fe, amigo mío, es racional y realista. – Hay una pausa, mientras el eclesiástico toma un trago de la botella y se sirve otra pata-. Supongo que estas familiarizado con la historia del mundo.

-Como un mero aficionado-contesta el doctor Poole afectando modestia. Pero se atreve a decir que leído las obras más obvias sobre el tema: la Elevación y extinción de Rusia, de Graves, por ejemplo; el Derrumbe de la civilización Occidental, de Basedow; la inimitable Autopsia de Europa, de Bright; y, no hay que decirlo, ese libro deleitoso y, aunque solo sea una novela, auténticamente veraz: Los últimos días de Coney Island, del simpático Percival Pott-. Lo conoce usted, ¿no es cierto?

El Archivicario mueve negativamente la cabeza.

- No conozco nada de lo publicado después de Aquello-contesta secamente.

- ¡Que estupidez la mía! - exclama el doctor Poole, lamentando, como tan a menudo en el pasado, la extrema locuacidad con que sobrecompensa una timidez que, sin correcciones lo reduciría casi a la mudez.

- Pero he leído mucho de lo que se editó antes-continua el Archivicario-, tenían algunas bibliotecas harto buenas aquí, en la California del Sur. Explotadas ahora en su mayor parte. En el futuro tendremos que ir más lejos, según me temo, en busca de combustible. Pero entretanto hemos cocido nuestro pan y he conseguido salvar tres o cuatro mil volúmenes para nuestro Seminario.

- Como la Iglesia en la Edad Media- dice el doctor con culto entusiasmo-. La civilización no tiene mejor amiga que la religión. Esto es lo que jamás mis agnósticos amigos…

Recordando de pronto que los credos de aquella iglesia no eran exactamente que los profesados por esta, se interrumpe y, para ocultar su confusión, toma un largo trago. Pero afortunadamente el Archivicario está demasiado preocupado con sus propias ideas para ofenderse con el faux pas o aun percatarse de que lo han dado.

-A mi entender-dice- la historia es esto: el hombre luchando contra la Naturaleza, el Yo contra el Orden de las cosas, Belial-rutinario signo de los cuernos- contra el Otro. Durante cien mil años poco más o menos la batalla es siempre indecisa. Luego, tres siglos atrás, casi de la noche a la mañana la marea empieza a correr casi ininterrumpidamente en una dirección. Te sirves otra patita, ¿no?

El doctor Poole se sirve la segunda pata, mientras el otro empieza la tercera.

-Lentamente al principio, luego con creciente fuerza, el hombre empieza avanzar contra el Orden de las Cosas. -El Archivicario hace una pausa para escupir un trozo de cartílago. - Con una parte cada vez mayor de la raza humana a sus espaldas, el Señor de las Moscas, que es asimismo el Moscardon de cada corazón, inaugura su marcha triunfal a través de un mundo del que pronto será el Amo indiscutido.

Arrastrado por su chillona elocuencia y olvidando por un momento que no se encuentra en el púlpito de San Azazel, el Archivicario hace un amplio ademán. La patita salta de su tenedor. Riéndose con buen humor de sí mismo, la recoge del suelo, la lim­pia en la manga de su sotana de piel de cabra, da otro bocado y continúa:

-Empezó con las máquinas y los primeros em­barques desde el Nuevo Mundo. Alimento para los hambrientos y un gran peso quitado de los hombros humanos. "¡Oh Dios!, gracias Te damos por todas las bendiciones que con Tu Munificencia nos…" Etcétera, etcétera. -El Archivicario se ríe burlona­mente. - Excusado es decir que nadie obtiene algo por nada. La munificencia de Dios tiene su precio, y Belial se ocupa siempre de que sea elevado. Veamos esas máquinas, por ejemplo. Belial sabía perfecta­mente que, al hallar algún alivio del trabajo, la carne quedaría subordinada al hierro, y la mente se con­vertiría en esclava de las ruedas. Sabía que, si una máquina es a prueba de tontos, debe también ser a prueba de habilidad, de talento, de inspiración. Se devuelve el dinero si se comprueba que el producto es defectuoso y se devuelve el doble si se puede en­contrar en él, el menor rastro de genio o individuali­dad. Y luego allí estaba aquel buen alimento proce­dente del Nuevo Mundo. "¡Oh Dios!, gracias Te da­mos. . ." Pero Belial sabía que alimentar significa criar. En los viejos días, cuando la gente se hacia el amor, meramente aumentaba el índice de mortalidad infantil y mermaba el de longevidad. Pero con los envíos de materias alimentarias, la cosa variaba. Co­pularse era poblar... y ¡de qué modo!

El Archivicario vuelve a soltar sus chillidos de risa. Esfumado a una toma, a través de un potente mi­croscopio, de espermatozoos que se esfuerzan frené­ticamente en alcanzar su Objetivo Final, el vasto óvulo, de aspecto lunar, que ocupa el ángulo supe­rior izquierdo del portaobjetos. En el registro de so­nidos oímos la voz de tenor del último movimiento de la "Sinfonía de Fausto" de Liszt: Lafemme éternelle toujours nous éleve. La femme éterneile toujours.

Corte a una vista aérea de Londres en 1800. Luego, vuelta a la carrera darwiniana por la supervivencia y perpetuación de la raza. Luego a una vista de Lon­dres en 1900... y de nuevo a los espermatozoos... y de nuevo a Londres, como los aviadores alemanes lo vieron en 1940. Esfumado a una toma, a corta distancia, del Archivicario.

-"¡Oh Dios -entona "con la voz levemente tré­mula que se considera siempre apropiada para tales emisiones-, gracias Te damos por todas estas almas inmortales!" -Luego, cambiando de tono: - Estas almas inmortales -continúa- alojadas en cuerpos que son cada vez más enfermizos, desmedrados, ro­ñosos, año tras año, como inevitablemente ocurren todas las cosas previstas por Belial. La saturación del planeta. Quinientas, ochocientas, a veces hasta dos mil personas por milla cuadrada productora de ali­mento. . . y la tierra en proceso de arruinarse por cultivo deficiente. En todas partes, la erosión; en todas partes, lixiviación y pérdida de minerales. Y ex­tensión de los desiertos y merma de bosques. Hasta en América, hasta en el Nuevo Mundo, que había sido la esperanza del Viejo. Sube la espiral de la industria, baja la espiral de la fertilidad del suelo. Más grandes y mejores, más ricos y poderosos... y luego, casi súbitamente, más y más hambrientos. Sí, Belial lo previó todo: el paso del hambre al alimento im­portado, del alimento importado al gran incremento de población, y de éste otra vez al hambre. Hambre otra vez. El Hambre Nueva, el Hambre Grande, el hambre de enormes proletariados de la industria, el hambre de los ciudadanos con dinero, con todas las comodidades modernas, con coches y radios y todos los nuevos dispositivos imaginables, el hambre que es la causa de las guerras totales que son causa de todavía más hambre.

El Archivicario hace una pausa para sacar otro trago de la botella.

-Y recuerda esto -añade-: aun sin el muermo sintético, aun sin la bomba atómica, Belial habría podido alcanzar Su propósito. Con mayor lentitud, quizá, pero con la misma seguridad, los hombres se habrían destruido a sí mismos destruyendo el mundo en que vivían. No podían escapar. Los tenía atrapa­dos en ambos cuernos. Si conseguían zafarse del cuer­no de la guerra total, se hallaban empalados en el de la hambruna. Y si hambreaban, se hallaban ten­tados a recurrir a la guerra. Y por si acaso intentaban una salida racional y pacífica de su dilema, Él ya tenía listo otro cuerno de autodestrucción más sutil. Desde el principio mismo de la revolución industrial, previó que los hombres se volverían arrogantemente engreídos con los milagros de su propia tecnología, que perderían pronto todo sentido de la realidad. Y esto es precisamente lo que sucedió. Esos misera­bles esclavos de las máquinas y la contabilidad empezaron ­a felicitarse como Conquistadores de la Na­turaleza. ¡Buenos conquistadores, a fe! Por supuesto, no habían hecho otra cosa que perturbar el equili­brio de la Naturaleza y pronto habrían de sufrir las Consecuencias. Considera lo que estuvieron haciendo durante el siglo y medio anterior a Aquello. Ensu­ciaban los ríos, exterminaban los animales silvestres, destruían los bosques, dejaban arrastrar hacia el mar las capas superiores del suelo, quemaban un océano de petróleo, derrochaban los minerales que habían necesitado todo el tiempo geológico para depositarse. Una orgía de imbecilidad criminal. Y lo llamaban Progreso Progreso -repite el Archivicario-, ¡Pro­greso! Te digo que es una invención demasiado singular para ser producto de una mente meramente humana... ¡demasiado diabólicamente irónica! Era precisa Ayuda Externa para eso. Era precisa la Gracia de Belial, que, por supuesto, siempre está dispues­ta. . . para todo el que lo esté a cooperar con ella. Y ¿quién no lo está?

-¿Quién no lo está? -repite el Dr. Poole con una risita; pues cree que ha de subsanar de algún modo el error cometido con su referencia a la Igle­sia de la Edad Media.

-Progreso y Nacionalismo... he aquí las dos grandes ideas que les metió Él en la cabeza. El Progreso: la teoría de que se puede obtener algo por nada; la teoría de que se puede ganar en un campo sin pagar en otro por la ganancia; la teoría de que únicamente uno mismo entiende el significado de la historia; la teoría de que se sabe lo que va a ocurrir cincuenta años más tarde; la teoría de que, en las barbas de toda experiencia, puede uno prever todas las consecuencias de sus actos presentes; la teoría de que Utopía se encuentra a pocos pasos y, pues fines ideales justifican los medios más abominables, tiene uno el privilegio y el deber de robar, engañar, tor­turar, esclavizar y asesinar a todos los que, en su opinión (que es por definición infalible), obstruyen la marcha adelante hacia el paraíso terrenal. Recuer­da aquella frase de Karl Marx: "La fuerza es la co­madrona del Progreso." Habría podido añadir (mas, por supuesto, Belial no quería que se le viera la oreja al asunto en esa primera etapa del proceso) que el Progreso es la comadrona de la Fuerza. Doblemente comadrona, pues el progreso tecnológico suministra a la gente los instrumentos para una destrucción cada vez más indistinta, mientras que el mito del progreso político y moral sirve de excusa para usar esos medios hasta el límite. Te digo, amigo mío, que un historiador ­no devoto está loco. Cuanto más se estudia la historia moderna, más pruebas se encuentran de la Mano Guiadora de Belial -El Archivicario hace la señal de los cuernos, se refresca con otro traguito y continua.- Y luego ahí estaba el Nacionalismo: la teoría de que el Estado de que uno es súbdito es el único verdadero dios y todos los demás Estados son dioses falsos; de que todos estos dioses, así verdaderos como falsos, tienen la mentalidad de delincuentes juveniles, y de que todo conflicto acerca del prestigio, poder o dinero es una cruzada por lo Bueno, lo Ver­dadero y lo Bello. El hecho de que tales teorías fue­ran, en un momento dado de la historia, universalmente ­aceptadas, es la mejor prueba de la existencia Belial, la mejor prueba de que por fin había ganado la batalla.

-No acabo de verlo -dice el Dr. Poole.

-¡Es obvio, amigo mío! Tenemos ahí dos ideas. Cada una es intrínsecamente absurda, cada una conduce ­a líneas de conducta que son demostrablemente fatales. Sin embargo, toda la humanidad civilizada decide, casi súbitamente, aceptar estas ideas como guías de conducta. ¿Por qué? ¿Quién lo sugirió? ¿Quién lo inspiró? Sólo puede haber una respuesta.

-¿Quiere usted decir. . .? ¿Piensa usted que fue... el Demonio?

-¿Quién más desea la degradación y destrucción de la raza humana?

-Cierto, cierto -dice el Dr. Poole-. De todos modos, como cristiano protestante, realmente no puedo...

-¿Así estamos? -dice el Archivicario sarcásti­camente-. Entonces eres más sabio que Lutero, más sabio que toda la Iglesia Cristiana. ¿Te das cuenta, amigo, de que desde el segundo siglo en adelante nin­gún cristiano ortodoxo ha creído que un hombre pudiese ser poseído por Dios? Sólo podía ser poseído por el Demonio. Y ¿por qué creía esto la gente? Porque los hechos hacían imposible que creyese de otro modo. Belial es un hecho, Moloc es un hecho, la posesión diabólica es un hecho.

-¡Protesto! -exclama el Dr. Poole-. Como hombre de ciencia...

-Como hombre de ciencia debes aceptar la hipó­tesis provisional que explica los hechos de la ma­nera más plausible. Pues bien, ¿cuáles son los hechos? El primero es un hecho de experiencia y observación, a saber, el de que nadie desea sufrir, nadie desea que le degraden, ni que le mutilen, ni morir. El segundo es un hecho de historia: el hecho de que, en una época determinada, una abrumadora mayoría de los seres humanos aceptaron creencias y adoptaron líneas de conducta que no podían producir otros resultados que el sufrimiento universal, una degradación gene­ral y la destrucción en grande. La única explicación plausible es la de que fueron inspirados o poseídos por una conciencia ajena, una conciencia que quiso su ruina, y la quiso con una voluntad más fuerte que la que ellos ponían en querer su propia felicidad y supervivencia.

Hay un silencio.

-Por supuesto -se atreve a decir por fin el Dr. Poole-, estos hechos podrían explicarse de otro modo.

-Pero no de modo tan plausible, ni tan simple -insiste el Archivicario-. Y luego considera todas las demás pruebas. Toma la primera Guerra Mundial, por ejemplo. Si el pueblo y los políticos no hubiesen estado poseídos, habrían escuchado a Benedicto XV o a Lord Lansdowne, habrían llegado a una transac­ción, habrían negociado una paz sin vencidos ni ven­cedores. Pero no podían, no podían. Les era imposible obrar de acuerdo con su propio interés. Habían de hacer lo que en ellos mandaba....... y el Belial que había en ellos quería la Revolución co­munista, quería la reacción fascista a esa Revolución, quería a Mussolini, a Hitler y al Politburó; quería el hambre, la inflación y la crisis; quería armamentos como remedio para el desempleo; quería la persecu­ción de los judíos y los kulaks; quería que los nazis y los comunistas se repartieran a Polonia y luego lucharan entre sí. Y quería también el restableci­miento en grande de la esclavitud en su forma más brutal. Quería que hubiese migraciones forzadas y pauperización en masa. Quería campos de concentra­ción, cámaras de gas y hornos incineradores. Quería los bombardeos de saturación (¡qué delicia de expre­sión jugosa!). Quería la destrucción, de la noche a la mañana, de la riqueza acumulada en un siglo y de todas las potencialidades de futura prosperidad, decencia, libertad y cultura. Belial quería todo esto y, siendo el Gran Moscardón existente en los corazones de los políticos y generales, de los periodistas y el Hombre ordinario, pudo fácilmente hacer que el Papa fuese desoído hasta por los católicos y Lansdowne condenando como mal patriota, casi como traidor. Y así la guerra se arrastró durante cuatro años enteros; y después todo marchó de acuerdo puntual con el Plan. La situación mundial fue derechamente de mal en peor y, a medida que empeoraba, hombres y mujeres fueron cada vez más dóciles a las indicaciones del Espíritu Impío. Las viejas creencias en el valor del alma individual se desvanecieron; las viejas restricciones perdieron su eficacia; las viejas compunciones y compasiones se evaporaron. Todo lo que el Otro le había metido a la gente en la cabeza se rezumó hacia afuera, y el vacío resultante fue llenado con los insanos sueños del Progreso y el Nacionalismo. Concedida la validez de esos sueños, lo que siguió que la mera gente concreta no era mejor que hormigas y chinches y podía ser tratada en consecuencia. Y fue tratada en consecuencia, ¡ya lo creo!

El Archivicario suelta otro chillido de risa y se sirve otra patita.

-Para su periodo -continua- el viejo Hitler fue una muestra harto buena de demoníaco. No tan plenamente poseído, claro está, como muchos de los grandes líderes nacionales de los años transcurridos entre 1945 y el comienzo de la tercera Guerra Mun­dial, pero distintamente superior al promedio de su propio tiempo. Más que casi cualquiera de sus con­temporáneos tenía derecho a decir: "No yo, sino Belial en mí." Los demás estaban poseídos sólo a trechos, sólo en ciertos momentos. Considera a los científicos, por ejemplo. Hombres buenos, bienintencionados, en su mayor parte. Pero Él logró asirlos de todos modos, los asió por el lado en que dejaban de ser seres humanos para ser especialistas. De ahí la guerra bacteriológica y las bombas. Y luego recuerda aquel ... ¿cómo se llamaba?... el que fue Presi­dente de los Estados Unidos por tan largo tiempo...

-¿Roosevelt? -sugiere el Dr. Poole.

-Eso es... Roosevelt. ¿Te acuerdas de aquella frase que estuvo repitiendo durante toda la segunda Guerra Mundial? "Rendición incondicional, rendición incondicional." Inspiración plenaria. . . he aquí lo que era. ¡Inspiración plenaria y directa!

-Eso dice usted -objeta el Dr. Poole-. Pero ¿cuál es su prueba?

-¿La prueba? -repite el Archivicario-. La prue­ba está en toda la historia subsiguiente. Mira lo que ocurrió cuando la frase se convirtió en línea de con­ducta y fue realmente puesta en práctica. Rendición incondicional... ¿Cuántos millones de nuevos casos de tuberculosis? ¿Cuántos millones de niños forzados a robar o a prostituirse por barritas de chocolate? Belial estaba especialmente satisfecho con lo de los niños. Rendición incondicional... la ruina de Euro­pa, el caos en Asia, hambruna en todas partes, revo­luciones, tiranías. Rendición incondicional. . . y más inocentes tuvieron que experimentar peores sufrimien­tos que en ningún otro período de la historia. Y, como sabes muy bien, no hay nada que le guste más a Belial que el sufrimiento de inocentes. Y final­mente, claro está, vino Aquello. Rendición incondi­cional y ¡pum!... tal como Él lo había querido siem­pre. Y todo ocurrió sin ningún milagro ni interven­ción especial, sólo por medios naturales. Cuanto más uno piensa en el modo de obrar de Su Providencia, más insondablemente maravillosa parece. -Devota­mente, el Archivicario hace la señal de los cuernos. Hay una pequeña pausa. - Escucha -dice, levan­tando la mano.

Durante unos segundos permanecen callados. La vaga, borrosa monotonía de la salmodia hinchase hasta ser oída. "Sangre, sangre, sangre, la sangre... Se oye un débil grito al ser otro pequeño monstruo espetado en el cuchillo del Patriarca, luego el golpear de los vergajos sobre carne y, perforando el exaltado rugido de la congregación, una sucesión de fuertes alaridos, apenas humanos.

-Cuesta creer que haya podido producirnos a nosotros sin un milagro -continúa pensativamente el Archivicario-. Pero lo hizo, lo hizo. Por medios puramente naturales, usando a los seres humanos y su ciencia como instrumentos. Creó una raza de hom­bres enteramente nueva, con la deformidad en la san­gre, completamente rodeados de inmundicia y, para el futuro, sin otra perspectiva que la de más in­mundicia, peor deformidad y, finalmente, la extin­ción completa. Sí, terrible es caer en manos del Mal Viviente.

-Entonces -pregunta el Dr. Poole-, ¿por qué continúan ustedes adorándolo?

- ¿Por qué se arroja carne a un tigre que gruñe? Para lograr un momento de respiro. Para aplazar el horror de lo inevitable, aunque sólo sea por unos minutos. Así en la tierra como es en el Infierno... pero por lo menos se está todavía en la tierra.

-No parece que valga la pena -dice el Dr. Poole en el tono filosófico del que acaba de comer.

Otro alarido insólitamente agudo le hace volver la cabeza hacia la puerta. Observa durante un rato en silencio. Esta vez, en su expresión, el horror ha sido considerablemente mitigado por la curiosidad cien­tífica.

-Te vas acostumbrando, ¿no? -dice cordialmen­te el Archivicario.

NARRADOR

Conciencia, costumbre... La primera hace cobardes, hace santos de nosotros a veces, hace seres humanos. 
La otra hace Patriotas, Papistas, Protestantes, hace Babbitts, Sadistas, Suecos o Eslovacos, hace matadores de gulags, exterminadores de Judíos, hace a todos los que desgarran, por elevados móviles, la estremecida carne, sin escrúpulo ni pregunta que echen a perder su certeza de Supremo Servicio.

Sí, amigos míos, recordad cuán indignados, en otro tiempo, os sentisteis cuando los turcos ultimaban una cuota de armenios mayor que la ordinaria, cómo daban gracias a Dios por vivir en un país protestante, progresista, donde tales cosas era imposible que ocu­rriesen… imposible, porque los hombres llevaban sombrero hongo y viajaban diariamente a la ciudad en el tren de las ocho veintitrés. Y luego reflexionad sobre algunos de los horrores que ahora dan por supuestos; los atentados contra la más rudimentaria decencia humana que han sido perpetrados por causa vuestra (y aun quizá por vuestras propias manos); las atrocidades que ve vuestra niñita, cuando la lleváis al cine dos veces por semana, en el noticiero... y ella las encuentra ordinarias y aburridas. En veinte años más, a este paso, vuestros nietos manipularán su aparato de televisión para contemplar luchas gladia­torias; y, cuando estas empiecen a perder el sabor, habrá el espectáculo de la crucifixión en masa, por el ejército, de los Recalcitrantes por Conciencia o la desollación en vida, a pleno color, de las setenta mil personas en quienes se sospecha, en Tegucipalpa, ac­tividades antihondureñas.

Entretanto, en el Impia Impiórum, el Dr. Poole está todavía mirando por la abertura que queda entre las hojas de la puerta. El Archivicario se monda los dientes. Hay un cómodo silencio de sobremesa. De pronto el Dr. Poole se vuelve hacia su compañero.

-Algo ocurre -exclama, excitado-. Dejan sus asientos.

-Hace bastante rato que lo espero -contesta el Archivicario, sin dejar de limpiarse los dientes-. Es la sangre la que lo hace. Esto y, por supuesto, los azotes.

-Están saltando al ruedo -continúa el Dr. Poole-. Están corriendo unos tras otros. ¿Qué es eso?… ¡Dios mío! ¡Oh, perdón! -añade apresura­damente-. Pero la verdad es que... -Muy agitado, se aparta de la puerta. - Hay límites -dice.

-Ahí está tu error -dice el Archivicario-. No hay límites. Todos son capaces de todo... de todo.

El Dr. Poole no contesta. Atraído irresistiblemen­te por una fuerza superior a su voluntad, ha vuelto al sitio que ocupaba y está mirando, con avidez y horror, lo que sucede en la arena.

-¡Es monstruoso! -exclama indignado-. ¡Abo­minable!

El Archivicario se levanta pesadamente del lecho y, abriendo una pequeña alacena enclavada en el muro, saca unos gemelos de campo que pone en manos del doctor.

-Mira con esto -dice-. Vidrios para la noche. Material de la Marina anterior a Aquello. Lo verás todo.

-Pero usted no imagina…

-No sólo me lo imagino -dice el Archivicario, con una sonrisa irónicamente benigna-, sino que lo veo con mis propios ojos. Vamos, hombre. Mira. Nunca viste cosa parecida en Nueva Zelanda.

-Cierto que no -dice el Dr. Poole con la clase de tono en que habría podido hablar su madre.

De todos modos, finalmente, levanta los gemelos y mira.

Toma de conjunto desde su punto de vista. Es una escena de sátiros y ninfas, de persecuciones y captu­ras, resistencias provocativas seguidas de entusiastas sumisiones de labios a peludos labios, de pechos ja­deantes a la impaciencia de rudas manos, acompañado todo de una babel de gritos, chillidos y carcajadas.

Corte y vuelta al Archivicario, cuyo rostro se frun­ce en una mueca de desdeñosa repugnancia.

-Como los gatos -dice por fin-. Pero los gatos tienen el decoro de no ser gregarios en sus galanteos. Y ¿aun tienes dudas sobre Belial... después de esto?

Hay una pausa.

-¿Fue esto algo que sucedió después... después de Aquello? -pregunta el Dr. Poole.

-En dos generaciones.

-¡Dos generaciones! -El Dr. Poole da un sil­bido. - No tiene nada de recesivo esta mutación. Y ¿no sé… no se sienten con ánimo de hacer esto en ninguna otra época?

-Estas cinco semanas nada más. Y sólo permi­timos dos semanas de verdadero ayuntamiento.

-¿Por qué?

El archivicario hace la señal de los cuernos.

-Por principio. Deben ser castigados por haber sido castigados. Es la Ley de Belial. Y puedo decir que realmente se la cargan si faltan a las reglas.

-Claro, claro -dice el Dr. Poole, recordando con aprensión su episodio con Loola entre las dunas.

-Es harto duro para los que revierten al viejo estilo de acoplarse.

-¿Son muchos?

-Entre el cinco y el diez por ciento de la Po­blación. Los llamamos "cálidos".

-Y ¿no se permite. . .?

- ¡Oh, no se imagina lo que los hacemos cuando los atrapamos!

-Pero ¡esto es monstruoso!

-Por supuesto -dice el Archivicario-. Pero re­cuerda la historia. Si se quiere solidaridad social, ha de haber un enemigo exterior o una minoría opri­mida. No tenemos enemigos externos; tenemos, pues, que sacar el mejor partido de nuestros cálidos. Son lo que los judíos eran bajo Hitler, lo que los bur­gueses bajo Lenín y Stalin, lo que los herejes solían ser en los países católicos, y los papistas bajo los pro­testantes. Si algo va mal, la culpa siempre es de los cálidos. No sé lo que haríamos sin ellos.

-Pero ¿no piensa usted nunca en lo que deben de sentir ellos?

-¿Por qué he de hacer semejante cosa? En pri­mer término, es la Ley. Condigno castigo por haber sido castigados. Además, si son discretos, no hay cas­tigo. Sólo tienen que evitar el tener hijos fuera de tiempo y ocultar el haberse enamorado y establecido relaciones permanentes con personas de distinto sexo. Y si no quieren ser discretos, siempre les queda el recurso de huir.

-¿Huir? ¿Dónde?

-Hay una pequeña comunidad hacia el norte, cerca de Fresno. Cálida en un ochenta y cinco por ciento. Es una jornada peligrosa, por supuesto. Muy poca agua en el camino. Y si los atrapamos, los ente­rramos vivos. Pero, si quieren correr el riesgo, tienen perfecta libertad de hacerlo. Y luego, finalmente, hay el sacerdocio. -Hace la señal de los cuernos. - Todo muchacho listo que muestre signos precoces de ser uno de los cálidos tiene el porvenir asegurado: le convertimos en sacerdote.

Pasan varios segundos antes de que el Dr. Poole se atreva a hacer su nueva pregunta.

-¿Quiere usted decir que...?

-Precisamente -dice el Archivicario-. Por la causa del Reino del Infierno. Sin hablar de las razones estrictamente prácticas. Al fin y al cabo, las tareas de la comunidad deben dirigirse, y es obvio que los laicos no están en condición de hacerlo.

El ruido del redondel sube hasta un momentáneo apogeo.

-¡Asqueroso! -chilla el Archivicario con una súbita intensificación de aborrecimiento-. Y esto no es nada comparado con lo que ocurrirá más ade­lante. ¡Cuán agradecido estoy por haber sido preser­vado de tal ignominia! No ellos, sino el Enemigo de la Humanidad encarnado en sus repugnantes cuer­pos. Ten la bondad de mirar para allá. -Atrae al Dr. Poole hacia sí y señala con su grueso índice. -A la izquierda del Altar Mayor, con aquel pequeño vaso pelirrojo. Ese es el Jefe. ¡El Jefe! -repite con énfasis burlón-. ¿Qué clase de jefe va a ser durante estas dos próximas semanas?

Resistiendo la tentación de hacer observaciones per­sonales sobre un hombre que, aunque temporalmente en retiro, está destinado a retomar el mando, el Dr. Poole suelta una risita nerviosa.

-Sí, es indudable que parece estarse aliviando de sus preocupaciones de estadista.

NARRADOR

Pero ¿por qué, por qué tendrá que aliviarse con Loola? ¡Vil bruto y desleal ramera! Mas hay por lo menos un consuelo... y para un hombre tímido, asediado por deseos que no se atreve a satisfacer, un consuelo muy grande: la conducta de Loola es prue­ba de una accesibilidad que, en Nueva Zelanda, en los círculos académicos, en la vecindad de su Madre, sólo podía soñarse furtivamente como algo demasiado bueno para ser cierto. Y no es solamente Loola la que se muestra accesible. Lo mismo están demostran­do, no menos activamente, no menos vocalmente, esas dos chicas mulatas; Flossie, la rolliza teutona color de miel; esa enorme matrona armenia; la ado­lescente con cabeza de estopa y grandes ojos azules.

-Sí, ése es nuestro Jefe -dice el Archivicario amargamente-. Hasta que él y los otros cerdos dejen de estar poseídos, la Iglesia toma todo a su cargo.

Incorregiblemente culto, pese a su abrumador deseo de encontrarse allá afuera con Loola (o casi cualquier otra, si es preciso), el Dr. Poole hace una adecuada observación acerca de la Autoridad Espiritual y el Poder Temporal.

El Archivicario no le hace caso.

-Bueno -dice animadamente-; ya es hora de que entre en funciones.



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 Él intenta aproximarse, pero ella le mantiene apar­tado con el brazo.

-No puede estar bien -dice ella.

-Pues lo está.

Ella mueve negativamente la cabeza.

-Es demasiado bueno para estarlo. Sería dema­siado feliz si esto fuera lo recto. El no quiere que seamos felices. -Una pausa. - ¿Por qué dices que Él no puede dañarnos?

-Porque existe algo más fuerte que Él.

- ¿Algo más fuerte? -Loola menea la cabeza incrédulamente. - Eso era lo que Él estuvo siempre combatiendo... y Él ganó.

-Sólo porque los hombres le ayudaron a ganar. Pero no están obligados a ayudarle. Y, recuérdalo, no puede nunca ganar definitivamente.

- ¿Por qué no?

-Porque nunca puede resistir la tentación de lle­var el mal hasta el extremo. Y cuando el mal es lle­vado al extremo, siempre se destruye a sí mismo. Tras lo cual, el Orden de las Cosas sube de nuevo a la superficie.

-Pero esto está muy lejos en el futuro.

-Para todo el mundo sí. Pero no para individuos solos; para ti y para mí, por ejemplo. Sea lo que sea lo que Belial puede haber hecho con el resto del mundo, tú y yo podemos siempre obrar de acuerdo con el Orden de las Cosas, no contra él.

Otro silencio.

-No acabo de entender lo que quieres decir -dice ella por fin- y no me importa. -Vuelve a acer­carse a él y apoya la cabeza en su hombro. - No me importa nada -continúa-. Que me mate si quiere. Ahora, no importa.

Levanta el rostro hacia el del doctor y, cuando éste se inclina para besarla> la imagen de la pantalla se desvanece en la oscuridad de una noche sin luna.

jueves, 28 de julio de 2022

KDP amazon una estafa más.



Hola, les cuento que estoy enojada, porque me inscribí ya desde hace mucho en KDP amazon e inscribí mi ebook y libro de tapa blanda, el punto es que he tenido ventas de este de meses pasados, años diré, pero no había inscrito ninguna cuenta bancaria, hasta mayo de este año lo hice, el punto es que pensé que me pagarían los meses anteriores que me debían, y no, me pago tan solo el mes actual.

Lo cual es un robo, pues ellos han tenido varias ventas por mi libro que yo inscribí y no me quieren pagar, se me hace muy injusto y no se vale, trate de quejarme con ellos, pero no te vienen bien esta opción, espero poder arreglarlo, sino supongo que tendré que quitar mi libro.

En fin, si alguien que sea escritor piensa que Kdp amazon es una buena opción para recibir regalías de los libros que escribiste, de una vez le digo que no, pues te roban y no te dan tus pagos, sin mas que agregar me despido, cuídense, ciao:D

martes, 8 de junio de 2021

Frases interesantes.



Hola, esta vez traigo una entrada diferente, les traigo algunas frases que he leído por ahí y que son de blogs, canciones, películas, etc.

Espero les gusten, o se sientan identificadas con unas, yo me sentí identificada con algunas de ellas, en algún momento de mi vida, sin más me despido, cuídense, ciao:D



"Hemos sido criados por la televisión de creer que un día todos seríamos millonarios, estrellas de cine y estrellas de rock. Pero no lo seremos. Y lentamente estamos aprendiendo ése hecho. Y estamos muy, muy encabronados." Tyler Durden - El club de la pelea.



Una vez leí una frase en inglés, que traducida sería: ▪️"La gente te pregunta qué haces para vivir, así ellos pueden calcular el nivel de respeto que te darán"



Alguna vez alguien escribió:

“Hay dos tipos de belleza: la que te golpea en la cara y está pegada en las portadas de las revistas, y luego está la que crece en ti. La que no esperas, de la que escriben los poetas y los autores, la que es eterna”.




Un vil asesinato hecho por envilecidos militares, que imitan a sus jefes chacalescos y traidores.



“Siempre hay algo autentico oculto en toda falsificación”.

Al mejor postor, película.




Me cuentan que un día viví entre las sombras y el miedo,
Fui amante de un maniquí, de corazón usurero,
Me cuentan que el que yo fui perdía llegando primero,
Hoy solo sé que es por ti que recordarme no puedo,
Y en este alzhaimer feliz te quiero porque te quiero.

Ricardo Arjona, Ya no me acuerdo de nada.




“Algunas veces, las pequeñas victorias pueden resultar no ser tan pequeñas.”

Roslund




Buscando historias en los cocktailes, puritanas en los burdeles.
Buscando genios en los cuarteles, mordiendo tiras en los retenes.
Buscando flores en la basura, buscando ilesos en la dictadura…

Si yo fuera, Ricardo Arjona.




“Y en medio de Sodoma soledad” Ricardo Arjona



"A veces uno amanece con ganas de extinguirse… Como si fuéramos velitas sobre un pastel de alguien inapetente. A veces nos arden terriblemente los labios y los ojos y nuestras narices se hinchan y somos horribles y lloramos y queremos extinguirnos… Así es la vida, un constante querer apagarse y encenderse."

Julio Cortázar.




"Es popular porque la estupidez es popular". Jorge Luis Borges.



"Pero qué nos importa la opinión de la gente fría, siempre que nuestras almas, más ardientes y más nobles que las suyas, sepan disfrutar de lo que ellos no perciben".

-Marqués de Sade




"Recuerda que las heridas se cosen con las agujas del reloj" Extraído muro EM


No debemos tener miedo a equivocarnos, porque hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.




Quemado como el cielo de Chernovil, solo como un poeta en el aeropuerto…, así estoy yo, así estoy yo, sin ti.

Joaquín Sabina.




Si quieres hacer reír a dios, cuéntale tus planes, ¿no?

Barney Stinson.



Es como dijo "cinthia" en Malcolm in the middle, no sé por qué buscamos vida en otros planetas, si es probable que al final terminemos lavando su ropa.



Posdata: Una disculpa, porque muchas frases que puse no tienen fuente, pero es no me percate cuando las copie.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Sentencias de Humo ebook.


Hola, esta vez escribo solo para avisarles que estoy vendiendo mi ebook Sentencias de Humo en Amazon, está muy barato, y les dejare el link por si desean comprarlo…

Sentencias de Humo es una sátira de algunas problemáticas sociales que se viven en Ciudad Juárez, solo que también se le mete ficción y ahí encontraran no solo a un héroe que se dedica a sentenciar los pecados de la gente, también viajes en el tiempo, otras vidas, en si un rollo extraño que yo escribí jajaja.

De hecho, el libro lo postee aquí en el blog hace unos pasados años, pero está disperso en varias entradas, además de ser la primera edición y no tener las correcciones de la segunda que está en venta.

Sin más les comparto el link, cuídense, ciao:D





miércoles, 13 de febrero de 2019

Los de "el Rayo” no éramos gran cosa para su merced…





Los de "el Rayo" no éramos gran cosa para su merced...



Ayer, hecho un pingajo, 

me dijo, en el "tigre" de un bar: 

"¿Dónde está la canción, que, me hiciste, 

cuando eras poeta?" 


"Terminaba tan triste 

que nunca la pude empezar". 

Por esos labios, que sabían a puchero 

de pensiones inmundas, 

habría matado yo, que, cuando muero, 

ya nunca es por amor.




Joaquín Sabina Barbie Superstar.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Gente.


“La gente se sienta, se muere, se quita los calcetines”, leí. “Hay gente alegre, seria, normal, exitosa, malvada, pelirroja, profunda”. Y también: “La gente resiste, o no aguanta… al final, la gente se termina. La gente vuela”.

Antón Jarítonov.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Gabriel García Márquez: El otoño del Patriarca (algunos fragmentos).


Hace poco me entere que Senadores del PRI y el PAN, aprobaron la ley de militarización en el país y francamente me indigne, porque si de por si desde que comenzó el gobierno de nuestro actual presidente se anuló mucho la libertad de expresión, ya me imagino ahora con un gobierno militarizado.

Esto es un golpe a nuestros derechos humanos y no se vale, la constitución lo dice y sin embargo no les importa y lo aprueban y regresamos al pasado ha cuando gobernaba el tirano de Díaz Ordaz y asesino a tantos estudiantes por protestar, cosa que siguen haciendo y claro ahora lo volverán hacer ya sin tapujos (a cualquier acto que consideren amenazador, aunque no lo sea, eso se llama tiranía) y que lastima y coraje sentí por mi país, por permitir que nos pisoteen, que gobiernen estas lacras.



En fin, recordando lo sucedido, me acorde del libro de Gabriel García Márquez: “El otoño del patriarca y decidí sacar algunos párrafos que me agradaron tratando de consolar mi dolor (si desean leer el libro completo pulsa este link), como sé que también lo hizo este gran escritor, cuídense, ciao:D

Gritaban en los balcones, repetían de memoria abajo la opresión, gritaban, muera el tirano, y hasta los centinelas de la casa presidencial leían en voz alta por los corredores la unión de todos sin distinción de clases contra el despotismo de siglos, la reconciliación patriótica contra la corrupción y la arrogancia de los militares, no más sangre, gritaban, no más pillaje, el país entero despertaba del sopor milenario en el momento en que el entro por la puerta de la cochera y se encontró con la terrible novedad mi general de que a Patricio Aragonés lo habían herido de muerte con un dardo envenenado. Años antes, en una noche de malos humores, él le había propuesto a Patricio Aragonés que se jugara la vida a cara o sello, si sale cara te mueres tú, si sale sello me muero yo, pero Patricio Aragonés le hizo ver que se iban a morir empatados porque todas las monedas tenían la cara de ambos por ambos lados, le propuso entonces que se jugara la vida en la mesa de domino, veinte partidas al que gane más, y Patricio Aragonés acepto a mucha honra y con mucho gusto mi general siempre que me conceda el privilegio de poderle ganar, y el acepto, de acuerdo, así que jugaron una partida, jugaron dos, jugaron veinte, y siempre gano Patricio Aragonés pues el solo ganaba porque estaba prohibido ganarle, libraron un combate largo y encarnizo y llegaron a la última partida sin que el ganara una, y Patricio Aragonés se secó el sudor con la manga de la camisa suspirando lo siento en el alma mi general pero yo no me quiero morir, y entonces él se puso a recoger las fichas, las colocaba en orden dentro de la cajita de madera mientras decía como un maestro de escuela cantando una lección que él tampoco tenía porque morirse en la mesa de domino sino a su hora y en su sitio de muerte natural durante el sueño como lo habían predicho desde el principio de sus tiempos los lebrillos de las pitonisas, y ni siquiera así, pensándolo bien, porque Bendición Alvarado no me pario para hacerle caso a los lebrillos sino para mandar, y al fin y al cabo yo soy el que soy yo, y no tú, de modo que dale gracias a dios de que esto no era más que un juego, le dijo riéndose, in haber imaginado entonces ni nunca que aquella broma terrible había de ser verdad la noche en que entro en el cuarto de Patricio Aragonés y lo encontró enfrentando con las urgencias de la muerte, sin remedio, sin ninguna esperanza de sobrevivir al veneno, y él lo saludo desde la puerta con la mano extendida, Dios te salve, macho, grande honor es morir por la patria. Lo acompaño en la lenta agonía, los dos solos en el cuarto, dándole con su mano las cucharadas de alivio para el dolor, y Patricio Aragonés las tomaba sin gratitud diciéndole entre cada cucharada que ahí lo dejo por poco tiempo con su mundo de mierda mi general, porque el corazón me dice que nos vamos a ver muy pronto en los profundos infiernos, yo más torcido que un lebranche con este veneno y usted con la cabeza en la mano buscando donde ponerla, dicho sea sin el menor respeto mi general, pues ahora le puedo decir que nunca lo he querido como usted se imagina sino que desde las temporadas de los filibusteros en que tuve la mala suerte desgracia de caer en sus dominios estoy rogando que lo maten aunque sea de buena manera para que me pague esta vida de huérfano que me ha dado. Primero aplanándome las patas con manos de pilón para que se me volvieran de sonámbulo como las suyas, después atravesándome las criadillas con leznas de zapatero para que se me formara la potra, después poniéndome a beber trementina para que se me olvidara leer y escribir con tanto trabajo como le costó a mi madre ensenarme, y siempre obligándome a hacer los oficios públicos que usted no se atreve, y no porque la patria lo necesite vivo como usted dice sino porque al más bragado se le hiela el culo coronando a una puta de la belleza sin saber por dónde le va tronar la muerte, dicho sea sin el menor respeto mi general, pero a él no le importaba la insolencia sino la ingratitud de Patricio Aragonés a quien puse a vivir como un rey en un palacio y te di lo que nadie le ha dado a nadie en este mundo hasta prestarte mis propias mujeres, aunque mejor no hablemos de eso mi general que vale más estar capado a mazo que andar tumbando madres por el suelo como si fuera cuestión de herrar novillas, nomás que esas pobres bastardas sin corazón ni siquiera sienten el hierro ni patalean ni se retuercen ni se quejan como las novillas, ni echan humo por los cuadriles ni huelen a carne chamuscada que es lo menos que se le pide a las buenas mujeres, sino que ponen sus cuerpos de vacas muertas para que uno cumpla con su deber mientras ellas siguen pelando papas y gritándoles a las otras que me hagas el favor de echarme un ojo a la cocina mientras me desocupo aquí que se me quema el arroz, solo a usted se le ocurre creer que esa vaina es amor mi general por qué es el único que conoce, dicho sea sin el menor respeto, y entonces el empezó a bramar que te calles, carajo, que calles o te va a costar caro, pero Patricio Aragonés siguió diciendo sin la menor intención de burla que para que me voy a callar si lo más que puede hacer es matarme y ya me está matando, más bien aproveche ahora para verle la cara a la verdad mi general, para que sepa que nadie le ha dicho nunca lo que piensa de veras sino que todos le dicen lo que saben que usted quiere oír mientras le hacen reverencia por delante y le hacen pistola por detrás, agradezca siquiera la casualidad de que yo soy el hombre que más lastima le tiene en este mundo porque soy el único que me parezco a usted, el único que tiene la honradez de cantarle lo que todo el mundo dice que usted no es presidente de nadie ni está en el trono por sus cañones sino que lo sentaron los ingleses y los sostuvieron los gringos con el par de cojones de su acorazado, que yo lo vi cucaracheando de aquí para allá y de allá para acá sin saber por dónde empezar a mandar de miedo cuando los gringos le gritaron que ahí te dejamos con tu burdel de negros a ver cómo te las compones sin nosotros, y si no se desmonto de las silla desde entonces ni se ha desmontado nunca no será porque no quiere sino porque no puede, reconózcalo, porque sabe que a la hora que lo vean por la calle vestido de mortal le van a caer encima como perros para cobrarle esto por la matanza de Santa María del Altar, esto otro por los presos que tiran en los fosos de la fortaleza del puerto para que se los coman vivos los caimanes, esto otro por los que despellejan vivos y le mandan el cuero a la familia como escarmiento, decía, sacando del pozo sin fondo de sus rencores atrasados el sartal de recursos atroces de su régimen de infamia… 


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No había de sorprenderse en las postrimerías de su otoño cuando le propusieron un nuevo régimen de desembarco sustentado en el mismo infundio de una epidemia política de fiebre amarilla sino que se enfrentó a las razones de los ministros estériles que clamaban que vuelvan los infantes, general, que vuelvan con sus máquinas de fumigar pestíferos a cambio de lo que ellos quieran, que vuelvan con sus hospitales blancos, sus prados azules, los surtidores de aguas giratorias que completan los años bisiestos con siglos de buena salud, pero él golpeó la mesa y decidió que no, bajo su responsabilidad suprema, hasta que el rudo embajador Mac Queen le replicó que ya no estamos en condiciones de discutir, excelencia, el régimen no estaba sostenido por la esperanza ni por el conformismo, ni siquiera por el terror, sino por la pura inercia de una desilusión antigua e irreparable, salga a la calle y mírele la cara a la verdad, excelencia, estamos en la curva final, o vienen los infantes o nos llevamos el mar, no hay otra, excelencia, no había otra, madre, de modo que se llevaron el Caribe en abril, se lo llevaron en piezas numeradas los ingenieros náuticos del embajador Ewing para sembrarlo lejos de los huracanes en las auroras de sangre de Arizona, se lo llevaron con todo lo que tenía dentro, mi general, con el reflejo de nuestras ciudades, nuestros ahogados tímidos, nuestros dragones dementes, a pesar de que él había apelado a los registros más audaces de su astucia milenaria tratando de promover una convulsión nacional de protesta contra el despojo, pero nadie hizo caso mi general, no quisieron salir a la calle ni por la razón ni por la fuerza porque pensábamos que era una nueva maniobra suya como tantas otras para saciar hasta más allá de todo limite su pasión irreprimible de perdurar, pensábamos que con tal de que pase algo aunque se lleven el mar, qué carajo, aunque se lleven la patria entera con su dragón, pensábamos, insensibles a las artes de seducción de los militares que aparecían en nuestras casas disfrazados de civil y nos suplicaban en nombre de la patria que nos echáramos a la calle gritando que se fueran los gringos para impedir la consumación del despojo, nos incitaban al saqueo y al incendio de las tiendas y las quintas de los extranjeros, nos ofrecieron plata viva para que saliéramos a protestar bajo la protección de la tropa solidaria con el pueblo frente a la agresión, pero nadie salió mi general porque nadie olvidaba que otra vez nos habían dicho lo mismo bajo palabra de militar y sin embargo los masacraron a tiros con el pretexto de que había provocadores infiltrados que abrieron fuego contra la tropa, así que esta vez no contamos ni con el pueblo mi general y tuve que cargar solo con el peso de este castigo, tuve que firmar solo pensando madre mía Bendición Alvarado nadie sabe mejor que tú que vale más quedarse sin el mar que permitir un desembarco de infantes, acuérdate que eran ellos quienes pensaban las órdenes que me hacían firmar, ellos volvían maricas a los artistas, ellos trajeron la Biblia y la sífilis, le hacían creer a la gente que la vida era fácil, madre, que todo se consigue con plata, que los negros son contagiosos, trataron de convencer a nuestros soldados de que la patria es un negocio y que el sentido del honor era una vaina inventada por el gobierno para que las tropas pelearan gratis, y fue por evitar la repetición de tantos males que les concedí el derecho de disfrutar de nuestros mares territoriales en la forma en que lo consideren conveniente a los intereses de la humanidad y la paz entre los pueblos, en el entendimiento de que dicha cesión comprendía no sólo las aguas físicas visibles desde la ventana de su dormitorio hasta el horizonte sino todo cuanto se entiende por mar en el sentido más amplio, o sea la fauna y la flora propias de dichas aguas, su régimen de vientos, la veleidad de sus milibares, todo, pero nunca me pude imaginar que eran capaces de hacer lo que hicieron de llevarse con gigantescas dragas de succión las esclusas numeradas de mi viejo mar de ajedrez en cuyo cráter desgarrado vimos aparecer los lamparazos instantáneos de los restos sumergidos de la muy antigua ciudad de Santa María del Darién arrasada por la marabunta, vimos la nao capitana del almirante mayor de la mar océana tal como yo la había visto desde mi ventana, madre, estaba idéntica, atrapada por un matorral de percebes que las muelas de las dragas arrancaron de raíz antes de que él tuviera tiempo de ordenar un homenaje digno del tamaño histórico de aquel naufragio, se llevaron todo cuanto había sido la razón de mis guerras y el motivo de su poder y sólo dejaron la llanura desierta de áspero polvo lunar que él veía al pasar por las ventanas con el corazón oprimido clamando madre mía Bendición Alvarado ilumíname con tus luces más sabias, pues en aquellas noches de postrimerías lo despertaba el espanto de que los muertos de la patria se incorporaban en sus tumbas para pedirle cuentas del mar, sentía los arañazos en los muros, sentía las voces insepultas, el horror de las miradas póstumas que acechaban por las cerraduras el rastro de sus grandes patas de saurio moribundo en el pantano humeante de las últimas ciénagas de salvación de la casa en tinieblas, caminaba sin tregua en el crucero de los alisios tardíos y los mistrales falsos de la máquina de vientos que le había regalado el embajador Eberhart para que se notara menos el mal negocio del mar, veía en la cúspide de los arrecifes la lumbre solitaria de la casa de reposo de los dictadores asilados que duermen como bueyes sentados mientras yo padezco...



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Encontró una vaca extraviada y le cerró el paso sin tocarla, vaca, vaca, regresó al dormitorio, iba viendo al pasar frente a las ventanas el paraco de luces de la ciudad sin mar en todas las ventanas, sintió el vapor caliente del misterio de sus entrañas, el arcano de su respiración unánime, la contempló veintitrés veces sin detenerse y padeció para siempre como siempre la incertidumbre del océano vasto e inescrutable del pueblo dormido con la mano en el corazón, se supo aborrecido por quienes más lo amaban, se sintió alumbrado con velas de santos, sintió su nombre invocado para enderezar la suerte de las parturientas y cambiar el destino de los moribundos, sintió su memoria exaltada por los mismos que maldecían a su madre cuando veían los ojos taciturnos, los labios tristes, la mano de novia pensativa detrás de los cristales de acero transparente de los tiempos remotos de la limusina sonámbula y besábamos la huella de su bota en el barro y le mandábamos conjuros para una mala muerte en las noches de calor cuando veíamos desde los patios las luces errantes en las ventanas sin alma de la casa civil, nadie nos quiere, suspiró, asomado al antiguo dormitorio de pajarera exangüe pintora de oropéndolas de su madre Bendición Alvarado con el cuerpo sembrado de verdín, que pase buena muerte, madre, le dijo, muy buena muerte, hijo, le contestó ella en la cripta, eran las doce en punto cuando colgó la lámpara en el dintel herido en las entrañas por la torcedura mortal de los silbidos tenues del horror de la hernia, no había más ámbito en el mundo que el de su dolor, pasó los tres cerrojos del dormitorio por última vez, pasó los tres pestillos, las tres aldabas, padeció el holocausto final de la micción exigua en el excusado portátil, se tiró en el suelo pelado con el pantalón de manta cerril que usaba para estar en casa desde que puso término a las audiencias, con la camisa a rayas sin el cuello postizo y las pantuflas de inválido, se tiró bocabajo, con el brazo derecho doblado bajo la cabeza para que le sirviera de almohada, y se durmió en el acto, pero a las dos y diez despertó con la mente varada y con la ropa embebida en un sudor pálido y tibio de vísperas de ciclón, quién vive, preguntó estremecido por la certidumbre de que alguien lo había llamado en el sueño con un nombre que no era el suyo, Nicanor, y otra vez, Nicanor, alguien que tenía la virtud de meterse en su cuarto sin quitar las aldabas porque entraba y salía cuando quería atravesando las paredes, y entonces la vio, era la muerte mi general, la suya, vestida con una túnica de harapos de fique de penitente, con el garabato de palo en la mano y el cráneo sembrado de retoños de algas sepulcrales y flores de tierra en la fisura de los huesos y los ojos arcaicos y atónitos en las cuencas descarnadas, y sólo cuando la vio de cuerpo entero comprendió que lo hubiera llamado Nicanor Nicanor que es el nombre con que la muerte nos conoce a todos los hombres en el instante de morir, pero él dijo que no, muerte, que todavía no era su hora, que había de ser durante el sueño en la penumbra de la oficina como estaba anunciado desde siempre en las aguas premonitorias de los lebrillos, pero ella replicó que no, general, ha sido aquí, descalzo y con la ropa de menesteroso que llevaba puesta, aunque los que encontraron el cuerpo habían de decir que fue en el suelo de la oficina con el uniforme de lienzo sin insignias y la espuela de oro en el talón izquierdo para no contrariar los augurios de sus pitonisas, había sido cuando menos lo quiso, cuando al cabo de tantos y tantos años de ilusiones estériles había empezado a vislumbrar que no se vive, qué carajo, se sobrevive, se aprende demasiado tarde que hasta las vidas más dilatadas y útiles no alcanzan para nada más que para aprender a vivir, había conocido su incapacidad de amor en el enigma de la palma de sus manos mudas y en las cifras invisibles de las barajas y había tratado de compensar aquel destino infame con el culto abrasador del vicio solitario del poder, se había hecho víctima de su secta para inmolarse en las llamas de aquel holocausto infinito, se había cebado en la falacia y el crimen, había medrado en la impiedad y el oprobio y se había sobrepuesto a su avaricia febril y al miedo congénito sólo por conservar hasta el fin de los tiempos su bolita de vidrio en el puño sin saber que era un vicio sin término cuya saciedad generaba su propio apetito hasta el fin de todos los tiempos mi general, había sabido desde sus orígenes que lo engañaban para complacerlo, que le cobraban por adularlo, que reclutaban por la fuerza de las armas a las muchedumbres concentradas a su paso con gritos de júbilo y letreros venales de vida eterna al magnífico que es más antiguo que su edad, pero aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad, había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad cuando se convenció en el reguero de hojas amarillas de su otoño que nunca había de ser el dueño de todo su poder, que estaba condenado a no conocer la vida sino por el revés, condenado a descifrar las costuras y a corregir los hilos de la trama y los nudos de la urdimbre del gobelino de ilusiones de la realidad sin sospechar ni siquiera demasiado tarde que la única vida vivible era la de mostrar, la que nosotros veíamos de este lado que no era el suyo mi general, este lado de pobres donde estaba el reguero de hojas amarillas de nuestros incontables años de infortunio y nuestros instantes inasibles de felicidad, donde el amor estaba contaminado por los gérmenes de la muerte pero era todo el amor mi general, donde usted mismo era apenas una visión incierta de unos ojos de lástima a través de los visillos polvorientos de la ventanilla de un tren, era apenas el temblor de unos labios taciturnos, el adiós fugitivo de un guante de raso de la mano de nadie de un anciano sin destino que nunca supimos quién fue, ni cómo fue, ni si fue apenas un infundio de la imaginación, un tirano de burlas que nunca supo dónde estaba el revés y dónde estaba el derecho de esta vida que amábamos con una pasión insaciable que usted no se atrevió ni siquiera a imaginar por miedo de saber lo que nosotros sabíamos de sobra que era ardua y efímera pero que no había otra, general, porque nosotros sabíamos quiénes éramos mientras él se quedó sin saberlo para siempre con el dulce silbido de su potra de muerto viejo tronchado de raíz por el trancazo de la muerte, volando entre el rumor oscuro de las últimas hojas heladas de su otoño hacia la patria de tinieblas de la verdad del olvido, agarrado de miedo a los trapos de hilachas podridas del balandrán de la muerte y ajeno a los clamores de las muchedumbres frenéticas que se echaban a las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte y ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado.



Fuentes:
Libro El otoño del Patriarca de Gabriel García Márquez.
Imágenes tomadas de la red.